A cada uno le pregunta si cuando sean grandes van a pagar la deuda que tendrán con él.
Los dos primeros responden sin dudar: "por supuesto", serán eternos deudores de tan ideal de padre. Ante esta respuesta, los deja caer.
El tercer pichón dice no saber qué es lo que va a hacer, pero lo que sí sabe es que por sus hijos haría lo mismo que su padre hace por él. A este, el padre lo salva: es el que podrá transmitir que el amor es no quedar atado a una impagable y culposa deuda, sino el poder otorgar a otros lo recibido.
Este "esclarecido" pichón reconoce la deuda, pero no como una culpa sino como un don otorgado que lo obliga a un simbólico pago en el acto de transmisión de este don recibido.
