Esas fueron las palabras que sonaron del otro lado del tubo del teléfono, palabras a las que no pude responder porque me ahogaba el llanto en medio de aquel salón inmenso de aquella vieja oficina donde muchos se acercaban temerosos a preguntar que me pasaba, y yo tan sólo repetía con voz entrecortada: “voy a ser mamá”, debieron decirle al que estaba al otro lado de la línea que esperara, era mi esposo...el papá, quien sostenía en su mano el diagnóstico.
En esa época no existía -o al menos yo no conocía- el test de embarazo casero. Tuvimos que esperar 48 horas para que el laboratorio nos proporcionara el resultado del análisis.
De regreso a casa, al bajar del colectivo me estaba esperando él. Su cara de felicidad dibujaba una gran sonrisa cómplice y llevaba mi mirada directo a sus manos donde un paquetito ocupaba de lleno sus palmas. Al abrirlo me emocioné nuevamente viendo aquel pequeño par de zapatitos, escarpines, tejidos al crochet en hilo de color blanco con vivos y cintas de color rosa, según él no había conseguido otro color más neutral...o quizás serían sus deseos no expresados de que mi vientre anidara una niña…
Tres fueron los obstáculos que impidieron que aquellas miniaturas pudieran ser estrenadas: el primero que fue un hermoso y saludable varoncito el que escondía mi panza, por lo que esos zapatitos rosas no eran digamos...adecuados para la ocasión, luego que nació en pleno invierno y estos eran para el verano…y finalmente, que a pesar de desearlo, no tuvimos una segunda chance de tener otro hijo que tal vez los usara.
…De todos modos, siguen ahí, a la espera,...quién nos dice que quizás el tiempo traiga con él una nietita que sepa aprovecharlos!…
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