Siempre contabas que de niña no habías conocido la abundancia, quizás por eso te gustaba que cada prenda tuviera un bolsillito donde guardar las monedidas, esas que tantas veces aparecían mágicamente de él y nos dabas el gusto de comprar alguna golosina.
Pero ya en tu edad avanzada pretendías tu bolsillo "para el pañuelo" ellos eran de suave paño de algodón, planchaditos y bien doblados, si hasta me enseñaste como hacerlo pero paciencia nunca tuve, jamás quedaron como los tuyos.
Recuerdo abrir tu cajoncito especial y encontrar el aroma a colonia y bien apiladitos esas lindas reliquias blanquecinas.
Cuando ya tu muerte se anunciaba, tendida en la cama me pediste que le enviara a coser un bolsillo a un vestido que te había regalado y que nunca habías tenido la oportunidad de estrenar...te miré con extrañeza, pero de igual modo cumplí tu deseo.
Al poco tiempo fue ese mismo vestido que te acompañó en el camino al más allá.
Seguramente al abrirse las puertas del cielo notaste que prendido a él iba el pañuelito que yo misma le coloqué en su bolsillo.